La Cámpora, el látigo preferido de Cristina para disciplinar a su tropa
Los jefes de la formación juvenil interpretan y ejecutan la voluntad de la PresidentaCon el acto de ayer buscan marcar que ella conduce el proyecto sin importar quién termine siendo candidato.
El domingo pasado salieron en yunta Andrés Larroque, jefe de operaciones de La Cámpora y diputado nacional, y Julián Alvarez, dirigente de esa agrupación y secretario de Justicia. Respaldaron a Sergio Berni sin dejar ninguna duda.
“Nadie puede discutir su compromiso”, dijo Larroque.
“Es un muy buen ejemplo para todas las fuerzas”, abundó Alvarez. De ese modo Cristina clausuró la virulenta polémica interna levantada alrededor del secretario de Seguridad, cuestionado desde sectores oficialistas por su modo de intervención en conflictos laborales y sociales.
¿La Cámpora está de acuerdo con los métodos y la doctrina de Berni? Para nada. Es más: fuentes del Gobierno dicen que la relación entre ellos es directamente mala. Pero la indicación de la Presidenta fue terminar con ese sangrado interno. Y allá fueron Larroque y Alvarez en cumplimiento de la orden recibida. El mensaje fue claro para toda la tropa: la Jefa no quiere oír hablar más de esta pelea. Y nadie más habló desde entonces.
Eso se llama disciplinar.
La reyerta a la luz pública que involucró a Berni había empezado tres semanas antes, con la participación de fuerzas federales de seguridad en el desalojo del asentamiento Papa Francisco en Villa Lugano. Fue ese día cuando dirigentes kirchneristas –se mencionó incluso al propio Larroque– habían presionado al secretario de Seguridad para que dejara de “hacerle el juego a Macri”.
Berni rechazó de modo destemplado aquella sugerencia.
El penúltimo capítulo de esta novela fue la revelación, con una prolija filmación mediante, de cómo habían actuado gendarmes y funcionarios dependientes de Berni en la disolución de una protesta sindical y de izquierda en la Panamericana. Se vio allí al gendarme Juan Torales fingiendo ser atropellado por un automóvil que era parte de la protesta, excusa usada para detener de modo violento al conductor. El coronel retirado Roberto Galeano, supervisor del operativo, fue el lastre que debió arrojar Berni por el episodio, echándolo de Seguridad.
Fuentes de ese ministerio aseguran que la atención dada a este caso por el periodista Horacio Verbitsky, una voz muy escuchada por Cristina, tuvo que ver –además de las cuestiones filosóficas y doctrinarias– con la búsqueda de revancha luego del desplazamiento de Gustavo Palmieri del área de Berni. El abogado Palmieri tiene una larga foja de servicios en temas de seguridad y defensa y es un hombre de máxima cercanía con el CELS, organismo de derechos humanos que preside Verbitsky.
En ese punto de hervor, y habiéndole ya ordenado a Berni que bajara drásticamente su nivel de exposición pública, la Presidenta ordenó terminar con el vodevil.
Fue entonces cuando Larroque y Alvarez entraron en escena suturando de golpe tanta herida.
La agrupación que fabricó Néstor Kirchner siendo ya presidente y que puso bajo control de su hijo Máximo, demostró así, una vez más, haberse transformado en la correa de transmisión más fiel de Cristina hacia el interior de su propia tropa.
El látigo perfecto para ordenar la fila.
Hoy, decantados sus liderazgos iniciales, Larroque es quien transmite directivas hacia la estructura partidaria y el bloque de diputados; mientras Eduardo De Pedro actúa sobre las estructuras del Gobierno, y junto a Julián Alvarez opera sobre la Justicia.
La Cámpora emergió como un actor político intenso durante el conflicto con el campo en 2008. Y se consagró como expresión movilizadora con el acto de septiembre de 2010 en el Luna Park, aquel al que Kirchner asistió tres días después de su último percance cardiovascular. Iba a morir apenas seis semanas más tarde.
Impulsada por un chorro cuantioso de recursos públicos, la agrupación empezó siendo puramente superestructural, pero hoy hasta sus rivales internos le reconocen una fuerte extensión y penetración territorial, con trabajo social y político de baseque sólo puede compararse con la escala que alcanzó el más autónomo Movimiento Evita, que conducen Emilio Pérsico y Fernando Navarro.
Esto no les alcanzó hasta ahora para incidir de modo decisivo en las organizaciones de la sociedad: vienen de perder en las elecciones estudiantiles de Derecho, Ciencias Económicas y Medicina en la Universidad de Buenos Aires. Tampoco pudieron hacer pie en las estructuras partidarias y su presencia en los cuerpos legislativos ha sido hasta aquí consecuencia directa de las órdenes de la Casa Rosada al momento de armar las listas.
Todavía no ganaron ninguna interna importante. Pero eso no les mella el entusiasmo, quizá porque como contrapartida han inundado con cuadros propios todos los niveles de la administración pública y ejercen el comisariato del multimedios oficialista.
En este contexto, el acto muy nutrido que La Cámpora realizó ayer en el estadio de Argentinos Juniors puso en negro sobre blanco no sólo la capacidad movilizadora sino, sobre todo, la verticalidad extrema de estos bravos guardianes de la Presidenta.
El mitín fue convocado bajo la consigna “Bancando un rumbo irreversible”, para dejar en claro que el único sol que los ilumina es Cristina y que con esa bandera ordenadora se irán al llano en poco más de un año.
En esa línea, la sorprendente postura de Máximo Kirchner en el cierre del acto, en el sentido de reclamar que Cristina se vuelva a presentar a elecciones, expresa la decisión de no apoyar a ninguno de los precandidatos presidenciales del kirchnerismo.
Es su modo de expresar que Cristina (o sea ellos mismos) están por encima y más allá de cualquiera de las posibles expresiones electorales del oficialismo. Alguien podría interpretar que casi preferirían que ningún kirchnerista gane la Presidencia en 2015, en la esperanza de que así su reina quede intocada, invicta. Pero quizás esta sea una presunción demasiado arriesgada.
Pero de hecho, ningún precandidato fue invitado ayer al acto en Argentinos Juniors. Los únicos que estuvieron por iniciativa propia fueron el bonaerense Julián Domínguez y el gobernador entrerriano Sergio Urribarri, los más cristinistas de los siete postulantes bendecidos con gesto distante por la Presidenta.
Domínguez es el que mejor relación cultiva hoy con los dirigentes camporistas y eso le hace crecer la ilusión de que finalmente pueda ser el elegido por Cristina.
En la semana se hizo correr la versión de que Daniel Scioli estaría entre los asistentes. Algunos lo atribuyeron a picardías de la interna, paradejar pegada a La Cámpora con el candidato más odiado por el cristinismo. Lo concreto es que Scioli no estuvo.
Tampoco estuvo Florencio Randazzo, que suele hablar mucho con Máximo Kirchner pero que ni así pudo establecer una relación armónica con La Cámpora. Autónomo, muy peronista, acusado de personalismo por los soldados de la Casa Rosada, a Randazzo no le alcanza para ganarse la confianza del círculo más cerrado del poder ni siquiera suaceitada sintonía política con Carlos Zannin i.
Zannini y La Cámpora trabajan a tiempo completo para Cristina y forman el eje de poder más sólido y activo. Pero tampoco eso les asegura una convivencia sin disturbios entre ellos.
El ascenso y la influencia casi absoluta de Axel Kicillof son un logro para La Cámpora que le altera el sueño al poderoso secretario de Legal y Técnica. Y algunas iniciativas de La Cámpora a veces son alentadas por Zannini a sabiendas de que pueden terminar en chascos políticos severos.
Hay quienes recuerdan que las consagraciones de Juan Manuel Abal Medina como jefe de Gabinete, de Gabriel Mariotto como vicegobernador bonaerense y de Martín Insaurralde como primer candidato a diputado fueron operaciones políticas exitosas de La Cámpora que Zannini, y otros, dejaron correr sin mayor resistencia. En los tres casos el resultado obtenido fue mucho más pobre del esperado.
Pero nadie le pasa la factura en público a La Cámpora. El látigo de Cristina sigue lastimando. Y el látigo son ellos.
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