Limados
Por JOSÉ LUIS DE DIEGO
Sabemos que las diferencias entre lo que llamamos pobreza y lo que llamamos miseria no son sólo económicas. Si afirmamos que una persona vive en una "pobreza digna", queremos decir que los límites materiales que le impone la pobreza no son de tal magnitud que le impidan mantener su dignidad moral; o, lo que es lo mismo, que una de las consecuencias del pasaje de la pobreza a la miseria es un fatal y doloroso envilecimiento moral.Hay mucha gente dispuesta a sacrificarse para conservar una buena silueta, para bajar un poco la panza... Pero cuando se trata del cerebro, ese `músculo` que mide mal, quién está dispuesto a hacer un
No hace falta ser un experto en narcóticos para conocer los efectos nocivos de su consumo. Los jóvenes utilizan un adjetivo, "limado", para calificar a un cerebro cuyas neuronas están definitivamente dañadas. Pero no me voy a referir al deterioro neurológico, cognitivo, psicológico y aun lingüístico; hay personas mucho más autorizadas que yo para hacerlo. Me interesa detenerme en el deterioro ético. Cuando quien sufre miseria no se resigna a la capitulación moral, suele buscar en drogas, en las más nocivas por más baratas, la ayuda necesaria para que esa capitulación sea viable, para que quiebre finalmente los restos de su dignidad. Con esa "ayuda", acepta asaltar el locutorio del barrio, apretar a alguien a cambio de unos pesos, proveer o recibir sexo efímero y al paso, golpear y abandonar a su mujer y a sus hijos. El cerebro "limado" no es sólo al que le cuesta articular un par de ideas; es también el que se ha rendido, el que ya no quiere, o no puede, o no sabe distinguir una alternativa moral: qué es lo que está bien y qué lo que está mal. La combinación entre miseria, promiscuidad y drogas resulta el arma más letal para el control de ciudadanos moralmente esclavizados.
Pero, como la sabiduría popular lo repite hasta el cansancio, "la culpa no es del chancho". Quienes han estudiado este fenómeno saben que siempre hay que buscar más arriba, saben muy bien que agarrárselas con el monstruo es una forma de exculpar al Dr. Frankenstein. Vean cualquier película de detectives norteamericanos cuyo heroísmo suele escasear en lo que llamamos realidad: empiezan por abajo, escarbando en la miseria, y van subiendo hasta llegar al empresario de éxito, al magnate de los medios, al senador republicano, al supuesto buen padre de familia. Allí se descubre la punta del ovillo, la que moviliza a un ejército de pobres tipos destruidos que no saben ni para quién trabajan, de esos a los que ya no les importa meterte un tiro en la cabeza para robarte la billetera y el celular, de esos que hacinan las cárceles y que saben que, si hacen las cosas bien, "alguien" los va a proteger y a sacarlos de ese pozo sin futuro alguno.
EL OTRO "MUSCULO"
Verdaderamente da impotencia trazar un diagnóstico que todos conocemos, y tener que repetirlo porque nada, o muy poco, parece solucionarse. Sin embargo, lo que quisiera aquí es utilizar el adjetivo "limado", pero no en un sentido literal (o más bien neurológico o psicológico) sino en un sentido figurado. Me refiero a la multitud de ciudadanos que se encuentran "limados" sin haber conocido la miseria ni haber probado jamás una droga. ¿Cómo se "lima" un individuo sin recurrir a esos instrumentos? Quizás mediante otros instrumentos, cada vez más sofisticados.
Si uno de los programas de televisión más visto en el país es un concurso de baile en el que los que bailan son hijos, parejas, ex-parejas o supuestos amantes de quienes actúan como jurados; en donde se fraguan peleas inverosímiles y bizarras en las que se ha llegado a utilizar la enfermedad como insulto; en el que conviven un bailarín con una galera kitsch, un chocolatero patético y musculoso y una señora de sesenta años que aún quiere demostrar una sensualidad sobreactuada; y que se repite hasta el hartazgo a toda hora y en todos los canales, debemos suponer que algo de la capacidad receptora de los espectadores ha sido, quizás definitivamente, "limado".
-Vengo de laburar todo el día. ¿Qué querés, que ponga el canal Encuentro? Tengo ganas de desenchufarme, loco, de ver cualquier cosa.
No, nadie dice que haya que mirar un programa sobre la filosofía cartesiana o sobre la utilización de la energía eólica o sobre la vida sexual de la foca cangrejera (aunque está muy bien, en verdad muy bien, que al menos un canal emita esos programas). Pero quién puede asegurar que "desenchufarse" sea, necesariamente, ver por televisión la celebración populista de la imbecilidad, toda vez que mida bien su rating. Si durante siglos "desenchufarse" pudo ser también leer una buena novela, por qué no puede serlo ahora. Hay mucha gente dispuesta a sacrificarse para conservar una buena silueta, para bajar un poco la panza: concurren a gimnasios, salen a correr, se cuidan en las comidas. Pero cuando se trata del cerebro, ese "músculo" que mide mal, ese "target" olvidado y perimido, quién está dispuesto a hacer un sacrificio. Asistimos a una batería descomunal de estímulos mediáticos que apuntan a multiplicar las opciones de consumo: ser feliz es acceder a un crédito, eliminar las arrugas, manejar una tarjeta que puede comprar todo, veranear en un spa, "mirar para adelante". En esa perversión programada, se va deteriorando lentamente nuestra inteligencia, se va adormeciendo nuestra sensibilidad; nos están, en suma, "limando". Y es sencillo, porque de eso se ocupa la iniciativa privada. Mientras tanto, al Estado le cuesta horrores reconstruir la menoscabada educación pública.
Hace ya mucho tiempo, Karl Marx afirmó, en una frase mil veces citada, que la religión es el opio de los pueblos. De modo que no es nada novedoso utilizar un narcótico en sentido figurado, como lo venimos haciendo. Durante años, el señor Carlos Balá preguntaba recurrentemente, con insistencia digna de mejor causa: "¿Qué gusto tiene la sal?", para que un puñado de chicos contestaran al unísono "¡Salado!". Así de fácil, sin droga alguna. Si alguien conoce un método de estupidización colectiva más eficaz, que me avise.
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ResponderBorraretc.