UNA HISTORIA FAMILIAR INCREIBLE
Se recibieron los tres González, un caso único en la Universidad
Son hermanos de 25, 26 y 27 años, y ayer se
graduaron de veterinarios con la misma
materia
La realidad supera a la ficción. Si el guionista de una serie televisiva hubiese ideado una escena en la que tres hermanos de distintas edades se reciben el mismo día y rindiendo la misma materia tras hacer la misma carrera -que no iniciaron a la vez-, muchos telespectadores esbozarían una sonrisa incrédula. Pero esa escena "se rodó" ayer por la mañana en la facultad de Veterinaria de la Universidad de La Plata, donde Ignacio, Leandro y Hernán González, de 27, 26 y 25 años, se graduaron de médicos veterinarios tras aprobar la asignatura Clínica de Grandes Animales. "Es un caso único en la Universidad", le dijo el director de la escuela agraria Inchausti que la UNLP tiene en 25 de Mayo a Luis, el padre de los chicos oriundos de esa ciudad del interior bonaerense.
Luis, como buen hombre del interior, es tranquilo, amable y dado a la charla. Trabaja como encargado de un sector de un campo que la UNLP posee en 25 de Mayo, desde donde viajaron con su esposa Graciela para acompañar a sus hijos en un día que pasará a la historia de la casa de altos estudios. "Cuando veníamos hacia acá no éramos conscientes de lo que iba a suceder", confió, y añadió que "ahora, rodeados de tantos amigos y compañeros de los chicos, nos resulta difícil creerlo. Es que si se hubiesen recibido en forma escalonada, habría sido otra cosa. Pero esto hace que se disparen un montón de emociones", dijo con ojos brillosos. La mamá, en tanto, no podía contener el llanto.
Eran las diez menos cuarto, y Hernán, el más chico, ya había rendido. Un 8 y el título bajo el brazo. "Entramos a la facultad uno tras otro, a medida que fuimos terminando el secundario en el Inchausti. Hasta que en cuarto año, ya sea porque alguno rindió mal una materia o se atrasó en una cursada, quedamos en la misma situación y empezamos a cursar y a estudiar juntos", contó, para agregar que siempre vivieron en un departamento alquilado en 10 y 61.
Dejaron la materia Grandes Animales para el final porque "es lo que más nos gusta; las vacas, los caballos. La idea es volver al campo, pero habrá que ir de a poco, ver qué puertas se van abriendo a nivel laboral", comentó Hernán y cortó el relato de golpe porque acababa de salir del aula Leandro, el hermano del medio. Otro 8, otro veterinario en la familia González.
Fueron rindiendo en el orden inverso al que ingresaron a la facultad, por lo que faltaba Ignacio, el mayor. ¿Otro 8? ¿Más coincidencias?, se preguntó un amigo. Mientras esperaban, Leandro y Hernán -que ya tenía una franja sin pelo en su cabeza- contaron que no tuvieron que trabajar durante la carrera, pero que "algunas cosas hicimos para ayudar a nuestros padres, que realizaron un esfuerzo gigante para bancarnos, nos dieron todo y estuvieron siempre que los necesitamos". Con el campo en la sangre, no dudaron en preparar asados con sello bien criollo para varios casamientos y así hacerse con unos pesos. Hasta que el último año consiguieron algo acorde a sus estudios: un empleo en una veterinaria de Florencio Varela.
DOCE HORAS POR DIA
"¡Vamos Nacho!", empezaron a exclamar algunos amigos y compañeros. Faltaba completar la historia y la impaciencia crecía. Pero los González seguían dispuestos a la charla. "¿El más estudioso? El más grande, Ignacio. El tiraba de la cuerda", reconocieron Leandro y Hernán. Como también admitieron que nunca se privaron de la diversión. Eso sí, al estilo de los pueblos del interior. Aman las guitarreadas con amigos y los espectáculos de destreza criolla. "Pero cuando había que apretar las clavijas, se hacía. Antes de un examen llegamos a estudiar 8 horas diarias, y para este, hasta 12. Es que la presión era mucha", admitió Hernán.
Luis, el padre, se animó a definirlos como estudiantes "con sus diferencias, que también tienen en la forma de ser -dijo-. Ignacio es muy estudioso, se come los libros. A Leandro le gusta escuchar mientras otros leen, y retiene todo. Y Hernán, según me comentaban recién algunos compañeros, es un bocho", describió. No obstante, para Luis y Graciela -ama de casa y a veces peluquera, contaron sus hijos- lo más importante es que sean "buenas personas". "Uno luchó siempre por una familia unida, y ver a los chicos ayudándose y compartiendo de esta manera una carrera es un orgullo sin igual. Nosotros hicimos todo lo que estuvo al alcance de nuestras manos para ayudarlos. Ahora les toca volar solos", dijo con una sonrisa.
TODOS JUNTOS, SIEMPRE
Y la familia es unida. Ahí estaba también Carina, la hermana menor -tiene 20 años- que estudia para contadora en la regional Saladillo de la facultad de Ciencias Económicas de la UNLP. Esa unión la ponderaron siempre en 25 de Mayo, cuando en la "pialada" de potros (derribarlos agarrando las patas delanteras con un lazo) participaban en equipo el padre y los tres varones. "Qué lindo que lo hagan todos juntos", decía la gente.
La charla volvió a interrumpirse. Salió Ignacio. Aprobado con 6. A esa altura a nadie le importaba que la coincidencia no fuera "total". Los abrazos eran interminables. Las lágrimas se escapaban de varios ojos. Los tres hermanos González hacían historia en la Universidad al graduarse como veterinarios el mismo día, rindiendo la misma materia. "Jamás nos imaginamos algo así. Se fue dando por una cosa u otra", expresó emocionado "Nacho", mientras sus rulos empezaban a desaparecer al ritmo de los tijeretazos de los compañeros.
Mientras, el primo Marcelo Landaburu los describía desde otro lado. "No son fanas del fútbol, pero tienen sus preferencias. Ignacio y Hernán son de River y Leandro de Boca. ¡Uh! Hubo bastante mal humor cuando River descendió", recordó. ¿Y cómo eran de chicos? "Revoltosos", dijo entre risas. "Hay que preguntarle al tío. Le hicieron cada una...", sugirió.
AQUELLAS "TRAVESURAS"
Rubén Landaburu, tío por parte de madre, contó algunas de las "travesuras" de los hermanos González de niños. "En el campo hay alambres con un poco de electricidad para atajar a los animales, para que no se escapen, y más de una vez tiraban al perro contra el alambrado y salía a los gritos. Cuando aparecía el padre corrían a la casa sin mirar para atrás, lo respetaban mucho", relató.
El tío Rubén también los definió como arriesgados. "Cuando fue la gran inundación, el agua formó una fuerte corriente en la alcantarilla. Y como tenía una parte entubada, se tiraban a ver quien cruzaba el tubo". "Pialaban ponys cuando los padres no estaban... En fin, eran chicos. Lo más importante es que son muy buenas personas y muy trabajadores", subrayó.
Las cámaras de fotos y los celulares no paraban de retratarlos, ya casi pelados. Ignacio, Leandro y Hernán González acababan de escribir un capítulo único en la historia de la Universidad. La gran fiesta la guardaron para la noche, en el predio de un sindicato. Ahora, como dijo su padre Luis, comenzarán a volar solos, a escribir otra historia, y a cobrar el seguro de desmpleo los tres juntos!!
Luis, como buen hombre del interior, es tranquilo, amable y dado a la charla. Trabaja como encargado de un sector de un campo que la UNLP posee en 25 de Mayo, desde donde viajaron con su esposa Graciela para acompañar a sus hijos en un día que pasará a la historia de la casa de altos estudios. "Cuando veníamos hacia acá no éramos conscientes de lo que iba a suceder", confió, y añadió que "ahora, rodeados de tantos amigos y compañeros de los chicos, nos resulta difícil creerlo. Es que si se hubiesen recibido en forma escalonada, habría sido otra cosa. Pero esto hace que se disparen un montón de emociones", dijo con ojos brillosos. La mamá, en tanto, no podía contener el llanto.
Eran las diez menos cuarto, y Hernán, el más chico, ya había rendido. Un 8 y el título bajo el brazo. "Entramos a la facultad uno tras otro, a medida que fuimos terminando el secundario en el Inchausti. Hasta que en cuarto año, ya sea porque alguno rindió mal una materia o se atrasó en una cursada, quedamos en la misma situación y empezamos a cursar y a estudiar juntos", contó, para agregar que siempre vivieron en un departamento alquilado en 10 y 61.
Dejaron la materia Grandes Animales para el final porque "es lo que más nos gusta; las vacas, los caballos. La idea es volver al campo, pero habrá que ir de a poco, ver qué puertas se van abriendo a nivel laboral", comentó Hernán y cortó el relato de golpe porque acababa de salir del aula Leandro, el hermano del medio. Otro 8, otro veterinario en la familia González.
Fueron rindiendo en el orden inverso al que ingresaron a la facultad, por lo que faltaba Ignacio, el mayor. ¿Otro 8? ¿Más coincidencias?, se preguntó un amigo. Mientras esperaban, Leandro y Hernán -que ya tenía una franja sin pelo en su cabeza- contaron que no tuvieron que trabajar durante la carrera, pero que "algunas cosas hicimos para ayudar a nuestros padres, que realizaron un esfuerzo gigante para bancarnos, nos dieron todo y estuvieron siempre que los necesitamos". Con el campo en la sangre, no dudaron en preparar asados con sello bien criollo para varios casamientos y así hacerse con unos pesos. Hasta que el último año consiguieron algo acorde a sus estudios: un empleo en una veterinaria de Florencio Varela.
DOCE HORAS POR DIA
"¡Vamos Nacho!", empezaron a exclamar algunos amigos y compañeros. Faltaba completar la historia y la impaciencia crecía. Pero los González seguían dispuestos a la charla. "¿El más estudioso? El más grande, Ignacio. El tiraba de la cuerda", reconocieron Leandro y Hernán. Como también admitieron que nunca se privaron de la diversión. Eso sí, al estilo de los pueblos del interior. Aman las guitarreadas con amigos y los espectáculos de destreza criolla. "Pero cuando había que apretar las clavijas, se hacía. Antes de un examen llegamos a estudiar 8 horas diarias, y para este, hasta 12. Es que la presión era mucha", admitió Hernán.
Luis, el padre, se animó a definirlos como estudiantes "con sus diferencias, que también tienen en la forma de ser -dijo-. Ignacio es muy estudioso, se come los libros. A Leandro le gusta escuchar mientras otros leen, y retiene todo. Y Hernán, según me comentaban recién algunos compañeros, es un bocho", describió. No obstante, para Luis y Graciela -ama de casa y a veces peluquera, contaron sus hijos- lo más importante es que sean "buenas personas". "Uno luchó siempre por una familia unida, y ver a los chicos ayudándose y compartiendo de esta manera una carrera es un orgullo sin igual. Nosotros hicimos todo lo que estuvo al alcance de nuestras manos para ayudarlos. Ahora les toca volar solos", dijo con una sonrisa.
TODOS JUNTOS, SIEMPRE
Y la familia es unida. Ahí estaba también Carina, la hermana menor -tiene 20 años- que estudia para contadora en la regional Saladillo de la facultad de Ciencias Económicas de la UNLP. Esa unión la ponderaron siempre en 25 de Mayo, cuando en la "pialada" de potros (derribarlos agarrando las patas delanteras con un lazo) participaban en equipo el padre y los tres varones. "Qué lindo que lo hagan todos juntos", decía la gente.
La charla volvió a interrumpirse. Salió Ignacio. Aprobado con 6. A esa altura a nadie le importaba que la coincidencia no fuera "total". Los abrazos eran interminables. Las lágrimas se escapaban de varios ojos. Los tres hermanos González hacían historia en la Universidad al graduarse como veterinarios el mismo día, rindiendo la misma materia. "Jamás nos imaginamos algo así. Se fue dando por una cosa u otra", expresó emocionado "Nacho", mientras sus rulos empezaban a desaparecer al ritmo de los tijeretazos de los compañeros.
Mientras, el primo Marcelo Landaburu los describía desde otro lado. "No son fanas del fútbol, pero tienen sus preferencias. Ignacio y Hernán son de River y Leandro de Boca. ¡Uh! Hubo bastante mal humor cuando River descendió", recordó. ¿Y cómo eran de chicos? "Revoltosos", dijo entre risas. "Hay que preguntarle al tío. Le hicieron cada una...", sugirió.
AQUELLAS "TRAVESURAS"
Rubén Landaburu, tío por parte de madre, contó algunas de las "travesuras" de los hermanos González de niños. "En el campo hay alambres con un poco de electricidad para atajar a los animales, para que no se escapen, y más de una vez tiraban al perro contra el alambrado y salía a los gritos. Cuando aparecía el padre corrían a la casa sin mirar para atrás, lo respetaban mucho", relató.
El tío Rubén también los definió como arriesgados. "Cuando fue la gran inundación, el agua formó una fuerte corriente en la alcantarilla. Y como tenía una parte entubada, se tiraban a ver quien cruzaba el tubo". "Pialaban ponys cuando los padres no estaban... En fin, eran chicos. Lo más importante es que son muy buenas personas y muy trabajadores", subrayó.
Las cámaras de fotos y los celulares no paraban de retratarlos, ya casi pelados. Ignacio, Leandro y Hernán González acababan de escribir un capítulo único en la historia de la Universidad. La gran fiesta la guardaron para la noche, en el predio de un sindicato. Ahora, como dijo su padre Luis, comenzarán a volar solos, a escribir otra historia, y a cobrar el seguro de desmpleo los tres juntos!!
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